viernes, 30 de mayo de 2008

El canto del Pajaro - Anthony de Mello

"Este libro ha sido escrito para gentes de cualquier creencia, religiosa o no-religiosa. No puedo ocultar a mis lectores, sin embargo, el hecho de que yo soy sacerdote de la Iglesia Católica, que me he adentrado con toda libertad en tradiciones místicas no-cristianas y que éstas me han influenciado y enriquecido profundamente."

"A todo el mundo le gustan los cuentos, y son precisamente cuentos -y en abundancia- lo que el lector hallará en este libro: cuentos budistas, cuentos cristianos, cuentos Zen, cuentos asideos, cuentos rusos, cuentos chinos, cuentos hindúes, cuentos Sufí, cuentos antiguos y modernos."

"Estos cuentos poseen todos ellos, sin embargo, una peculiar característica: si se leen de una determinada manera, ocasionan un verdadero crecimiento espiritual."

Como el anterior post, he puesto algunos cuentos que llamaron mi atención, espero que los disfruten y que bajen y lean el libro.

UNA VITAL DIFERENCIA

Le preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí: «¿Qué es lo que la Gracia te ha dado?». Y les respondió:
«Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche».
Le volvieron a preguntar:
«Pero esto ¿no lo saben todos los hombres?». Y replicó Uwais: «Sí, lo saben, Pero no todos lo sienten».

Jamás se ha emborrachado nadie a base de comprender intelec¬tualmente la palabra VINO.


BUSCAR EN LUGAR EQUIVOCADO

Un vecino encontró a Nasruddin cuando éste andaba buscando algo de rodillas. «¿Qué andas buscando, Mullab?».
«Mi llave. La he perdido».
Y arrodillados los dos, se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino: «¿Dónde la perdiste?». «En casa».
«¡Santo Dios! Y entonces, ¿por qué la buscas aquí?».
«Porque aquí hay más luz».

¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido ha sido en tu corazón?


POR QUÉ MUEREN LAS PERSONAS BUENAS

El predicador de la aldea se hallaba visitando la casa de un anciano feligrés y, mientras tomaba una taza de café, respondía las preguntas que la abuela no dejaba de hacerle.
«¡Por qué el Señor nos envía epidemias tan a menudo?», preguntaba la anciana. «Bien...», respondía el predicador, «a veces hay personas tan malas que es preciso eliminarlas, y por ello el Señor permite las epidemias».
«Pero», objetó la abuela «entonces, ¿por qué son eliminadas tantas buenas personas junto con las malas?».
«Las buenas personas son llamadas como testigos», explicó el predicador. «El Señor quiere que todas las almas tengan un juicio justo».

No hay absolutamente nada para lo que el creyente inflexible no encuentre explicación.


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